San Jacinto de Polonia, 17 de Agosto


Aparición de la Virgen a San Jacinto, cuadro
procedente de la Iglesia de Santo Domingo
de Granada, hoy en el museo de Bellas Artes
Jacobo, llamado "Jacko" (Święty Jacek, Jacek Odrowąż) nace el año 1185 en el castillo de Sajonia. Es en el siglo XIV cuando se le da el nombre de Jacinto. Hijo de Eustaquio, conde de Korski, de familia noble, cristiana, desde niño, por sus dotes de pureza, piedad, obediencia, se granjeó el cariño y aprecio de todos. De corazón dócil para la virtud, manifestó gran apego a la sabiduría cuando fue a la universidad de Bolonia a estudiar juntamente la Teología y el Derecho, graduándose en ambas.

Regresa a Cracovia y el obispo de la cuidad le pide su ayuda para el gobierno de la diócesis y lo nombra canónigo. Sus nuevas obligaciones no le impiden dedicarse a la oración, piedad y servicio a los enfermos en hospitales, dando sus rentas en limosnas a los necesitados. Su obispo muere y le sucede un tío suyo de nombre Ivón de Konski. En 1218 el nuevo obispo, conocedor de las virtudes de su sobrino, viaja a Roma y lo lleva consigo junto a su hermano Ceslao y otros dos canónigos. Conocen a Santo Domingo y su fama de predicador y milagros que toda Roma comenta. En San Sixto de Roma, asistiendo a una ceremonia, son testigos de un milagro, cuando un mensajero anunció a Domingo la muerte del joven Napoleón Orsini, sobrino del cardenal Esteban de Fosanova allí presente, y Domingo, acercándose al cadáver del joven, lo resucitó. Jacinto quedó profundamente impresionado de aquel fraile, que tenía el poder de resucitar muertos. El obispo Ivón estaba admirado. El era un buen obispo, celoso en la reforma de su diócesis, piadoso y amante de los pobres. Pensó que Domingo podría ayudarle muy eficazmente en la predicación de la verdad cristiana y que con un hombre así muy pronto podría hacer que el nivel religioso de sus fieles alcanzase un alto grado. Acercándose pues, a Santo Domingo, le pidió que envíe religiosos a Polonia para evangelizar esas tierras, pero Domingo le hace ver que aún son muy pocos. El obispo insiste, y Domingo, como movido del cielo, le promete hacer dominicos a algunos de los que acompañan al obispo, y así regresarían como predicadores a Polonia. Llegaron profundo estas palabras en el prelado, quien movido por Dios, le hizo ver a los suyos su total apoyo y alegría si alguno decidía hacerse dominico. Estas palabras movieron los corazones de todos y los cuatro se postraron a los pies de Domingo pidiéndole ser sus hijos. Éstos eran: los hermanos Jacinto y Ceslao, y Hermán y Enrique.

Ese mismo año, en Santa Sabina recibieron el hábito y comenzaron sus prácticas religiosas. Los cuatro novicios eran ya sacerdotes; por eso su noviciado fue bien corto. Seis meses esperó en Roma el obispo de Cracovia a que los nuevos dominicos se formasen en la vida religiosa y pudiesen volver a Polonia. Cuando Domingo los vió firmes en las virtudes y confiados en la Virgen Madre de Jesús, los presentó al obispo para que regresaran. Pero no regresaron por el mismo camino ni juntos, ya que ahora como mendicantes y predicadores entraron en pueblos a evangelizar. En Friesach fundaron un convento y Jacinto le dió el hábito a muchos eclesiásticos y otros. Dejaron como Prior del convento a Hermán.

Pasaron por Stiria, Austria, Moravia y Silecia. La fama de lo que hacía Jacinto le precedió a Polonia, y cuando llegó la gente le tributaba honores de santo. En Cracovia lo recibieron como a un enviado de Dios. Su predicación era sellada por milagros y florecieron en las gentes la caridad, piedad y mortificaciones. El obispo y autoridades civiles hicieron donación de una iglesia parroquial para fundación de un convento, el cual pronto se vió nutrido de numerosos religiosos, que bajo la dirección de San Jacinto, llevaron la reforma de las costumbres a toda Polonia y la fe a remotas provincias. De todas partes le pedían que fundase conventos, semillero de apóstoles.

Fundó en Sandomira y en Plosko, sobre el río Vístula. Allí, queriendo pasar al otro lado del río, a Wisgrado, halló que la crecida del río se lo impedía, y los barqueros no estaban. Imploró el auxilio del cielo con la señal de la cruz y llamó a sus compañeros a seguirle, y adelantándose, caminó sobre las aguas hacia la orilla opuesta. Advirtió que sus compañeros se habían quedado en tierra y volvió hacia atrás, tendió su capa sobre el río y los exhortó en el nombre de Jesús a seguirlo. Y pasaron con él aquel impetuoso río a la vista de muchas personas que se hallaban al lado de Wisgrado. Y se corrió la voz del prodigio.

Pero el santo quería seguir adelante con la evangelización y llevar el Evangelio a los países del norte, sumergidos enl el cisma y la idolatria. Los problemas eran grandes, pero su empeño era mayor. Salió de Cracovia con varios religiosos que fue dejando en diferentes paises para que ellos continuaran la evangelización que él empezaba. A veces acompañado, a veces solo, seguía adelante, porque su confianza en su ángel de la guarda y la Virgen María lo animaban. Al llegar a un pueblo que hablaba otro idioma igual les predicaba y lo entendían, porque Dios obraba prodigios abundantes por su intermedio, y así la gente dejaba la idolatría y se convertían a Jesucristo.

El papa Gregorio IX en 1231, solo doce años después de la entrada de Jacinto en la Orden, reconoce la prodigiosa conversión de aquellas gentes, la inmensa alegría que esto produce en la Iglesia y los exorta a seguir fieles en la fe.

San Jacinto se dirige ahora a Dinamarca, Suecia, Noruega, Gotia, predicando y fundando conventos. Sus viajes son siempre a pie, sin provisiones, ropa ni comida, ayuno a pan y agua, durmiendo en el suelo, a la intemperie, con el frío insoportable de aquellos países; todo lo ofrece con alegría por la conversión de aquellas gentes. Sigue viaje a la pequeña Rusia donde convierte a miles, incluyendo al príncipe Daniel y sus vasallos. Luego sigue por las costas del Mar Negro, de Asia y entra en Rusia, donde consigue permiso para predicarles a los pocos católicos que allí encontró.

Predicó y realizó milagros y muchos se convirtieron. Llegó a Kiev, capital del imperio ruso. Dificil tarea para un evangelizador. Dios mismo le abre camino en aquel pueblo evangelizado antes por misioneros cismáticos, al devolver milagrosamente la vista a la hija del gran príncipe Wladimiro, ciega de nacimiento. Este milagro abrió los ojos de toda la corte a la verdadera fe; le piden que se quede con ellos y el Santo accede, fundando, con ayuda del soberano, un convento cerca de la ciudad. Allí se distinguió por su candor de vida y tierno amor a nuestra Señora del Rosario.


San Jacinto cruzando el Vistula

En 1240 el ejército tártaro de Batou, hijo de Gengis-Kan, invadió esas tierras, quienes saquearon la ciudad hasta dejarla en cenizas, pero no tocaron a Jacinto y los suyos, pues mientras entraban los bárbaros, ellos salían caminando sobre el río Vístula. Llevaba Jacinto el copón con las hostias consagradas para que no las profanaran los infieles, y al salir de la iglesia, una imagen de la Virgen, grande, de alabastro, le dijo: «¿Te vas y me dejas expuesta a tus enemigos? —Señora, respondió Jacinto, como podré llevarte si pesas tanto? —Prueba, replicó. La tomó entonces y vió que no pesaba más que si fuera de cartón, y la llevó, evitando la profanación de los bárbaros». A este milagro se añade otro, cual fue el que sus huellas quedaron marcadas en las corrientes de las aguas, y se les llama "camino de San Jacinto".

Dejó en el convento de Halitz a algunos religiosos salidos de Kiew, a otros en diversas provincias y él se encaminó a Polonia. Veinte años después de su salida, en 1241, entró en Cracovia

Ayudó en la instrucción de los futuros apóstoles y se fortaleció para seguir con sus tareas de evangelizador. Dos años más tarde resurge el caminante, se dirige a Dinamarca, Suecia, Noruega, Prusia y Rusia, reanimando la fe de los pueblos y a sus religiosos dominicos. Sus pasos lo llevan a la lejana Tartaria para convertir en siervos de Cristo a los que pocos años antes habían destruído Kiew. Llega al reino del Tibet y a Catay. Siglos después, misioneros enviados a esas regiones encontraron vestigios y recuerdos de la predicación de San Jacinto. Regresa por tercera vez a Rusia, funda conventos y convierte a muchos.

En 1257 regresa a Cracovia a morir con los suyos. Reyes y pueblo le consideran su protector. Dios continúa obrando prodigios en honor de su siervo Jacinto. Una madre le sale al encuentro al entrar en la catedral y le presenta sus dos hijos que han nacido ciegos y sin ojos. Hace él la señal de la cruz sobre los niños ciegos y en ese instante les da los ojos y la vista. De camino a un pueblo para predicar, pasando por el río Raba encontró a una madre que llevaba a su hijo ahogado, muerto. El santo sintió compasión de ambos, miró al cielo, y tomando de la mano al difunto se lo entregó a la madre vivo y alegre.





Su avanzada edad, sus largos viajes, trabajos apostólicos y penitencias, agotaron sus fuerzas. Jacinto pedía al Señor su pronto paso a la eternidad. A estas alturas de su vida, Santo Domingo ya había sido canonizado, y Jacinto celebraba con especial devoción esa fecha. El Señor le concedió saber que dentro de pocos días, en la fiesta de la Asunción de la Virgen pasaría de este mundo a la gloria, y como señal, el día 5 de agosto le dió unas fiebres. La víspera de nuestra Señora, llamó a sus religiosos, les habló, los consoló, los bendijo y abrazó a cada uno. Descansó, rezó maitines, asistió a la misa y le dieron la santa unción. Repitiendo "en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46), descansó en el Señor. Era el 15 de agosto de 1257. Murió en el convento de Cracovia y allí se venera su cuerpo.

Fue beatificado por Clemente VII en 1527 y canonizado por Clemente VIII el 17 de abril de 1594. Invocado por aquellos que están en peligro de ahogarse.